La imagen de este santo la encontramos en el altar mayor, a la izquierda de la Virgen de la Asunción.
San Juan Nepomuceno nació en Nepomuk, Bohemia (actual República Checa), en 1345. Desde niño fue objeto de las divinas predilecciones: padres santos, inteligencia y bondad, vocación sacerdotal, dones de profecía y milagros. Fue predicador y canónigo. La emperatriz de Bohemia, Juana de Holanda, lo escogió como confesor. Wenceslao, rey de Bohemia, era un monstruo, más que una persona. Algún envidioso susurró al oído del Rey una infame sospecha gratuita sobre la infidelidad de la Emperatriz. Y Wenceslao quedó presa de terribles celos que ni la dulce presencia de su esposa ni la santidad del confesor podían disipar. En una ocasión pretendió que Juan le revelara los secretos de confesión de la emperatriz, y al negarse fue encarcelado y torturado, muriendo en las aguas del río Moldava en 1393.
Su lengua se conserva incorrupta. En 1725 (más de 300 años después de su muerte) una comisión de sacerdotes, médicos y especialistas examinó la lengua del mártir que estaba incorrupta, aunque seca y gris. De pronto, la lengua comenzó a esponjarse y apareció de color de carne fresca, como si se tratara de la lengua de una persona viva. Este milagro, presenciado por tantas personas y tan importantes, fue el cuarto milagro para declararlo santo. Fue canonizado por Benedicto XIII en el año 1729. Desde su muerte, siempre San Juan Nepomuceno fue considerado patrono de los confesores, porque prefirió morir antes que revelar los secretos de la confesión. También ha sido considerado patrono de la buena fama, porque prefirió el martirio, pero no permitió que la buena fama de una penitente fuera destrozada.