LA CUEVA DEL MORO DE VILLALOBAR DE RIOJA, memoria y vestigios

Al noroeste de La Rioja se sitúa el municipio de Villalobar, de cuya milenaria historia quedan muestras que nos hablan de sus raíces medievales. Entre ellas, su escudo, con una mezquita y un olmo del que derivaría su nombre originario (villa & al-hawr: ‘la villa del olmo’). Y, precisamente, flanqueado por olmos, discurre el camino que lleva al enclave conocido como “la cueva del moro”, un lugar donde la Historia se entremezcla con percepciones y recuerdos.

El ser humano siempre ha buscado significado a lo que no conoce o a lo que no tiene forma. Desde el origen de los tiempos se han buscado imágenes reconocibles en las
masas de nubes, en los macizos montañosos o en las simas de la Tierra para darles nombre. Con la misma intención de hacer comprensible lo desconocido, estructura antiguas de las que no se guardaba recuerdo eran renombradas siguiendo las narrativas y creencias populares, muchas veces siguiendo el impulso vitando del tabú. De esta forma, podemos encontrar restos de acueductos renombrados como “el puente del diablo” (el mismísimo acueducto de Segovia) o como “Puente Moros” (topónimo aplicado al acueducto de la localidad riojana de Alcanadre).

En el caso de Villalobar de Rioja, existe desde antiguo una cueva en un promontorio arcilloso al noreste del municipio, en un paraje resguardado al abrigaño del viento y, tal como se ha indicado, abundante en olmos. Allí se llega por una senda usada también para acarrear adobes. Una vez allí, la oquedad se abría hacia el interior del terreno elevado que la cubría en forma ele, de forma que el pasillo de entrada giraba a los pocos metros hacia la izquierda y configuraba una estancia subterránea de trazado lineal que, al parecer, alcanzaba estimables dimensiones.

Éste era un lugar de anacoretas y de ocasiona refugio. No hay que olvidar la relación de la zona con el Camino de Santiago que originalmente cruzaba La Rioja siguiendo la calzada romana, hasta que el rey Sancho el Mayor de Nájera aquilató y oficializó su trazado más al sur, por el trayecto que discurre actualmente -mutatis mutandis- entre Logroño, Navarrete, Nájera y Santo Domingo de la Calzada. En este sentido un inquilino sucedería a otro a lo largo de varias centurias en este enclave que forma parte del paisaje cultural troglodítico de La Rioja, cuyas muestras pueden observarse en otros muchos lugares de la geografía de esta Comunidad Autónoma.

Aunque la cueva ya debía haber colapsado en parte ya entrado el siglo XX, con la llegada del riego mecanizado, la tierra de labranza situada en la superficie del promontorio, acogió otro tipo de cultivos distintos de -por ejemplo- el cereal que hoy vuelve a verse en esos terrenos.

 

vida rural

Según cuentan en la población, el riego frecuente que requería el cultivo de la remolacha, acabó por saturar el terreno, que terminó por ceder y por cegar la cueva. Aquello sucedería hace unos 35 ó 40 años.

Antes de que el avance tecnológico y la mecanización del campo precipitasen el derrumbe de la galería, la cueva era el lugar donde podían suceder las aventuras más propias de la infancia de la chavalería local. Algunos de los habitantes actuales de Villalobar, ya de edad avanzada, recuerdan haber entrado en aquellas estancias subterráneas medio siglo atrás, cuando todavía se podía acceder sin esfuerzo y el acceso al lugar no estaba controlado de ninguna manera.

Alguno de los que entraron dicen que había como una cama hecha de tierra, así como un rincón que servía de cocina, con su correspondiente chimenea, lo que indicaba un uso habitacional sostenido en el tiempo.

Otro vecino comenta que en su niñez entró en la cueva, que todos describen como bastante amplia en su interior, y que al final de la misma encontró nada más y nada menos que una espada, que en su recuerdo aparece reluciente como toda memoria fundacional que se precie. Dice que la sacó de la cueva y que iba jugando con ella cuando por el camino se topó con un señor mayor del pueblo, de carácter “muy serio”, que le increpó por andar zascandileando con dicho objeto y que se lo quitó, para nunca más ser una espada y convertirse en una hermosa historia que contar.

De forma más elaborada, el sacerdote D. Carmelo Tecedor Hernáez -ya fallecido- dedicó unas páginas de su obra Villalobar de Rioja (la villa del olmo y la mezquita), que fue objeto de una pequeña edición personal en 1996, a realizar una pequeña recreación narrativa sobre la cueva, en la cual literaturizaba un posible encuentro entre el moro de la cueva, dedicado a la vida contemplativa y otros anacoretas y hombres santos de su tiempo, entre ellos un joven Domingo García, que posteriormente sería Santo Domingo de la Calzada.

Como hemos señalado, la cueva se hundió y el lugar, cuyo acceso -aunque fácil- no deja de ser algo abrupto, dejó de ser interesante para el municipio, si bien es cierto ningún villalobarense se olvidó de su existencia. Finalmente, en el año 2015 se pusieron en marcha algunas acciones de desbroce de caminos y adecuación de la zona. La entrada a la cueva, ya prácticamente cegada del todo, se limpió y recuperó cierta forma de umbral. La galería de entrada también se excavó parcialmente y se pudo acceder unos metros a lo que antes era un lugar habitable. Durante aquellos trabajos, como cosa curiosa, salió a la luz una espectacular calavera de un gato montés. Para evitar peligros, se colocó una sólida reja a la entrada de la cueva, en un lugar parcialmente recuperado para el pueblo y para la memoria.

A la espera de proyectos posteriores que nos den más información sobre el enclave o avancen en su acondicionamiento para el mejor disfrute del viandante, queden estas líneas como pronto resumen de uno de los rincones que sustentan en parte la identidad colectiva de dicha población. vida rural Calavera de gato montés encontrada en la cueva.

TEXTOS EXTRAIDOS DE: LA CUEVA DEL MORO DE VILLALOBAR DE RIOJA, memoria y vestigios. Editorial Dialnet
AUTORES: José Luis Pérez Pastor y Álvaro Tecedor Rotaeche